domingo, 8 de junio de 2014

Capitulo I



Mañana tengo cita con el loquero, pero no puedo ir; trabajo.
De todas formas, mi loquero preferido se fue a otro centro, y no me gusta la nueva, es demasiado teórica.

Durante estos dos años me han atendido muchos.

 El primero en diagnosticarme era un viejito con una tendencia un tanto… “conservadora” de ver las cosas. Es normal que me diagnosticara depresión, es de la clase de viejitos para los que una joven con inquietud intelectual sería calificada como una histérica. 

Mi memoria se vuelve especialmente frágil intentando recordar ese periodo, pero recuerdo que mis médicos de cabecera también me sirvieron para hacer terapia de locos.

Uno de ellos fue un ex cirujano plástico de mucha fama. Según me contó, su mujer le pidió que le operara el pecho. Él, gustosamente lo hizo, pero cuando se divorciaron, ésta que según él era muy celosa, pactó con otro cirujano hacerse una carnicería para culpar a su ex marido. Él no solo perdió el juicio, perdió todas sus clínicas y la especialidad de cirugía. Solo podría dedicarse a ser un vulgar médico de cabecera, y dando gracias a dios. Dentro de mí, me sentía culpable porque no dejaba de pensar que era cuestión de justicia divina. Este hombre era infiel por naturaleza y además dedicaba su vida a “perfeccionar” a mujeres que ya por naturaleza habían nacido perfectas.  Y todo esto lo sabía porque la terapia de locos no tiene que ser necesariamente para curar al paciente: a veces los médicos están más locos que uno mismo. 

Después de este médico vino un cubano. Si llevan tiempo leyendo mi blog sabrán que no soy muy amiga de cubanos yo (sin ánimo de ofender ni generalizar) y este tampoco fue mucho de mi agrado, no sé si porque hablaba mucho o porque no me fiaba de sus intenciones. Siendo sincera, en aquel momento no me fiaba de las intenciones de nadie. El caso es que ni si quiera recuerdo su cara. Una vez más los ansiolíticos se encargan de borrar detalles, si lo viera por la calle no lo reconocería. Pero si recuerdo las largas conversaciones en el despacho hablando de rock de los ochenta y de obras literarias que poca gente conoce. Me caía bien, pero era esa excesiva muestra de admiración la que me creaba desconfianza.

Durante el último año, mi nueva vigésima doctora (porque en esa maldita consulta nadie dura más de tres meses) me mandó a un psiquiatra especializado en agresiones sexuales: el señor Jony. Alto, con media melena y gafitas cuadradas, más pinta de especialista en informática que en psiquiatría. No huele a nada. A veces el olor me hace repudiar a la gente, el excesivo olor a colonia barata o a sobaco, o el excesivo olor a colonia barata para ocultar el excesivo olor a sobaco. Jony huele como todos los médicos deberían oler: a nada. 

A él le conté que quería dejar el tratamiento, y él fue la única persona, a parte de mi novio, en animarme. Mi novio fue un poco más radical, el me dijo que los dejara de golpe. Así lo intenté, pero tomaba ansiolíticos de vez en cuando para calmar mi agresividad que se convirtió en habitual. Sufría de mareos constantes entre otras cosas… gripes semanales y catarros con vómitos…mi cuerpo utilizaba todas sus artimañas para pedirme la sustancias a la que lo había acostumbrado en estos últimos años. Entonces Jony me aconsejó que volviera a tomar una dosis baja de antidepresivos y eliminara el ansiolítico ya que este último creaba mucha adicción y con el tiempo me pedía más dosis. Así hice, hasta que empecé a echar de menos mis orgasmos, y decidí abandonar las pastillas definitivamente a favor de una vida sexual plena junto al hombre de mi vida: gracias. 

En mis posteriores consultas nunca le dije a Jony la razón por la que ignoraba por completo sus consejos pero fue el único de muchos que verdaderamente me ayudó en algo. Pero se fue. La última vez que lo vi me dijo que le habían dado plaza en otro centro y que se iba en breve. Me estrechó la mano, muy profesionalmente, y ahí comprendí que a veces un frío apretón de manos esconde más cariño, agradecimiento y admiración que los abrazos fingidos. 

Ahora me cambié de consulta, mi médico de cabecera es un señor canoso, que fuma como un loco y tiene fama de borracho. Sin embargo tampoco huele a nada, no habla más de lo imprescindible y nunca sonríe a no ser que de verdad tenga ganas de hacerlo. Ese aficionado al whisky me da la tranquilidad de que siempre será el mismo. Nunca me hace esperar para ser atendida porque debido a su fama no tiene muchos pacientes y siempre da con la solución de todo a la primera. Él me dijo que aguantara la oleada de enfermedades, que solo era mono de tranquilizantes. Será por eso que ya no frecuento su consulta sino para pedir la receta de las pastillas anticonceptivas, las únicas que tomo en este momento.

2 comentarios:

  1. Gracias por volver a escribir. No deberías haberlo dejado. Es una forma de saber de ti.

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  2. Parece que haz adquirido una buena estabilidad. Las medicinas para depresion y otras son buenas por el momento para ensenar al cerebro a controlar ciertas emociones, pero deben ser nuestros companeros muy pasajeros.
    He tenido terapia muy infrequente. Dos anos aqui, 4 anos alla y bueno, sentarme a hablar y hablar mientras me pregunto si esta persona le importa un bledo lo que le cuento, me molesta despues de un tiempo. En el ultimo periodo he buscado una terapia de energia, http://www.aitherapy.org/wp/. Finalmente creo haber encontrado algo que funciona al ser mi propio subconsciente el que habla por mi.

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